(Todo contenido de la siguiente reseña es material verídico extraído de
diferentes entrevistas, en ningún concepto exagerado para el beneficio del
autor ni del presente artículo)
Ya remataba Guillermo,
en el final de su nota, comienzo de este blog, que probablemente encontraríamos
a Ricardo Daniel Caruso Lombardi
invadiendo las entradas de este formato harto irregular dado en llamar Chimenea Deportiva. Dada la inclinación
de este espacio, el carácter de los textos aquí desarrollados, el perfil de los
(escasos) lectores, la presencia de este personaje de Villa Urquiza se antojaba
poco menos que obligatoria.
Es que, estamos seguros, a Caruso (que no es un apodo como
piensan muchos, sino la parte primera y más exquisita de un apellido compuesto)
no le ofendería encontrarse en estas entradas virtuales.
Porque, después de investigar un poco su vida para
re-homenajearlo, uno termina por entender que el ahora técnico (de nuevo) de
Argentinos Juniors no es un “payaso mediático” en el fútbol, y un parco otario
fuera de la línea de cal, sino que su personalidad, su impronta como entrenador
y su biografía se encuentran íntimamente entrelazadas. El tano es un tipo
carismático entonces, o un flor de pelotudo, eso lo dejamos a criterio del
lector. De lo que no nos quedan dudas es Lombardi solo vende realidad: Para mal
o para bien, es un personaje auténtico.
Allá en Villa Urquiza, localidad donde nació, creció y
todavía vive, Ricardo Caruso Lombardi fue el hijo único de un letrista y una
ama de casa. Abanderado del primario, transcurrió su niñez entre cuatro casas
abandonadas, donde junto con sus amigos del barrio, jugaban a la guerra,
tomándose a golpes de puño de una forma que el propio Ricardo definió como
“brava, pero sana”. Ese carácter combativo lo terminó plasmando en su
desarrollo como futbolista, donde la habilidad y técnica que lo caracterizaron
en su infancia fueron dejando paso a la construcción de un aguerrido número
cinco. Pero no sería el único concepto adquirido en aquella etapa que no dudó
en tildar de “feliz”.
Porque Ricardo asegura que siempre (y cómo dudarlo?) fue un
chico extrovertido y descontracturado. Tal es así que, junto a los compinches
de siempre, montó en el fondo de su casa un pequeño circo para entretenimiento
de la manzana: Había malabaristas, animales (Su perro era la estrella),
equilibristas, actores y por supuesto, payasos. La pequeña Pyme adquirió
entonces un peligroso pero atractivo doble sentido: Las chicas del barrio
pagaban un peso para entrar al espectáculo, pero se podían quedar después de
hora a bailar unos lentos, donde Lombardi aseguraba, todo terminaba a los
besos. El telón cayó una noche de verano en la que una madre desconfiada arribó
al lugar y comprobó la escena: Fue el primer escándalo público de Caruso. El
Circo jamás volvió a abrir sus puertas.
Allí fue entonces cuando enfocó sus sueños en la práctica
activa del fútbol. Argentinos Juniors lo había observado y determinó su fichaje
donde llegó desde la quinta división a la primera, sin escalas. Disputó El
Tano, entonces, sus pequeños partidos en la máxima división del fútbol
argentino, y sin ningún pudor aseguró que Daniel Teglia lo bailó en un lateral
jugando contra Rosario Central. El Gráfico lo calificó con un 6. La categoría
más importante lo despidió para siempre con tres partidos en el lomo y algunos
entrenamientos con Diego Armando Maradona, quien, cansado de hacerle goles al
combinado que integraba Caruso en una práctica, dedicó el resto del partido en
intentar voltear un nido de horneros que estaba por encima del arco.
Lo jugoso de aquella época, en la que Ricardo lloró dos
veces, (primero, al ser el jugador 21 de los 20 que viajaban a Mar del Plata
para hacer la pretemporada, un cordón fue su testigo; después, cuando el Bicho
lo dejó libre por negarse a pasar a préstamo) es que combinó su tiempo de
jugador profesional con trabajos oportunistas que le demandaban mucho tiempo.
Así, de lanzado, comenzó a frecuentar negocios y a vender productos de lo más
diversos: desde cervezas artesanales, esponjas o macetas, hasta baldes de
plástico y palanganas. Lombardi asegura, llegó a hacerse de una cartera de 100
viveros a los cuales proveía de mercadería.
Hizo aquel sacrificio durante dos años, trabajando por la
mañana y entrenando por la tarde, hasta que una mala época de su padre al
frente de su taller lo obligó a hacerse cargo del negocio, que no era más que
la confección de letreros. Su influencia lo llevó hasta un cabaret, cuyo dueño
lo recomendó con otros 15 empresarios que le hicieron diversos encargos y lo
ayudaron a superar el mal momento económico de su familia.
Ya en su etapa como jugador de Defensores de Belgrano,
recibió una propuesta empresarial que lo definió como persona y le dejó
enseñanzas que él asegura utilizaría más tarde en su faceta como entrenador: Un
viejo conocido suyo dueño de un boliche al que solía frecuentar le ofreció
alquilarlo. Ricardo Daniel probó.. y le gustó. Regenteó durante diez años una
tanguearía para solos y solas. Para que la iniciativa tenga éxito, el Tano
golpeaba en la nuca a los hombres de forma que, sin notarlo, inviten a bailar a
las mujeres con un gesto. Hoy Caruso asegura que formó más parejas que Roberto
Galán y que muchas de ellas todavía lo cruzan y le agradecen. Vemos que, a la
postre, no solo serían equipos los que el DT deja armados a su partida.
Y es que Lombardi sabe mucho de parejas. Sobre todo de
mujeres. Nacido con el talento de carecer en forma absoluta de timidez, afirma
sin pudor que en Mar del Plata llegó a tirar redes con siete chicas al mismo
tiempo y que luego las cedia a sus amigos, quedándose él con la más bonita. Sin
embargo, una mancha negra en su paso por Japón ensucia su curriculum vitae de
ganador invicto: Una joven oriental accedió a su seducción y a su empalagosa
verborragia a la que endulzó con un “Kavai, kavai” (hermosa, en japonés),
aceleró con “kisisi-kudasai”(‘dame un besito’)
en forma exitosa pero que remató, quizá demasiado pronto, con un
“omankosurú” ('garchemos, dale') que la nativa tomó como una ofensa y erguida en
posición de Karate, invitó a Caruso a luchar en una pelea de la que tuvo que
salir a los empujones de la habitación aceptando el consejo del Checho Batista
quien, conocedor del paño, le aseguro que en caso de abrir la puerta, la
muchacha le arrancaría la cabeza.
Quedan y se seguirán escribiendo, entonces, muchas más historias sobre
la vida de este personaje más real que mediático, más auténtico que producido.
Simplemente entendí más justo darle espacio a una etapa no tan pública, ni tan
repetida. Después de todo, para lo actual, Caruso nos asegura un post casi
todos los días.